Liturgia de la Palabra en el
Tercer Domingo de Pascua
(Ciclo A)
6 de Abril de 2008
R.P. Dr. Alfredo Sáenz, SJ
(Audio: 33' 11")
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Si algo se puede confirmar del Evangelio de hoy, es la dificultad que tienen los maestros, en este caso el Supremo Pedagogo, para hacerse entender. La dura cabeza de los discípulos de Emaús se negaba a comprender el misterio de la Cruz y, por eso, iban aquella tarde tan cabizbajos, miedosos y desilusionados, que se atrevieron a cuestionar el plan divino: "Nosotros esperábamos... otra cosa".
Pero el Señor, que no abandona a los suyos, les salió suavemente al paso para explicarles las profecías que, a lo largo de toda la Escritura, anunciaban al siervo sufriente.
Al oír al Resucitado, aunque sus ojos no veían aún con claridad, se encendió su corazón lo suficiente para desear su compañía: ¡Quédate con nosotros, Señor!.
Y es al verlo partir el pan y desaparecer cuando la braza se tornó en ardorosa hoguera, cuya luz iluminó su inteligencia, disipó sus miedos e, impulsándolos a realizar su pascua, los hizo pasar de la carne al espíritu.
Así transformados, movidos por el amor y arrostrando los peligros de un viaje nocturno, se levantaron y volvieron inmediatamente a Jerusalén para iluminar a sus hermanos. Porque el apostolado nace de la Resurrección.
En la ilustración: "El Cristo de Emaús" (1622), óleo del pintor holandés Abraham Bloemaert, que se conserva en los Museos Reales de Bellas Artes de Bruselas.
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