Liturgia de la Palabra en la
Solemnidad de la Epifanía del Señor
6 de Enero de 2008
R.P. Dr. Alfredo Sáenz, SJ
(Audio 24' 21")

Con su Nacimiento, Dios quiere mostrarse como salvador de los hombres y lo hace siguiendo un orden: primero, en los pastores que al anuncio de los ángeles acudieron a Belén, se manifestó a los judíos y, más tarde, en los Magos de Oriente que llevados por el aviso de los astros se postran ante Él, se muestra a los paganos.
Los unos llegaron desde cerca el mismo día del Nacimiento y, los otros, desde tierras lejanas algo más tarde, para dejar a la posteridad dos fiestas complementarias: la Navidad, fiesta de la vocación de los judíos y la Epifanía, fiesta del llamamiento de los gentiles a la Fe y la Salvación.
¡Que gran misterio el de la Epifanía! Yacía Jesús en un pesebre y sin embargo, como Dios que era, guiaba a los magos que venían desde el oriente. Se escondía en un establo y se manifestaba a los Reyes. En esa carne mortal, en ese niño humilde, adoraron al Verbo de Dios: en su infancia, la Sabiduría; en su debilidad la Fortaleza; en sus pañales al Rey de Reyes y en su realidad de hombre, al Señor de la Gloria.
Con sus dones predicaron a Dios a quien ofrecían incienso, al hombre al que habría que ungir con mirra, y al rey al que destinaban el símbolo por excelencia de la realeza, el oro.
Así también nosotros, presurosos y dóciles, llevémosle nuestro presente: la voluntad de servirlo y amarlo sobre todo, mientras dirigimos al Padre la oración sobre las ofrendas de la misa de hoy: " Señor, mira bondadoso los dones de tu Iglesia que ya no te ofrece oro, incienso y mirra sino lo que por estos mismos dones se proclama, se inmola y se recibe: Jesucristo, Nuestro Señor"
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En la Ilustración: "Epifanía" (1589), del pintor flamenco Rolan de Mois, que se conserva en el Museo de Zaragoza.
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